Lucía Collado





Nacida en 1994 en Buenos Aires, vivió su infancia tanto en Banfield como en Temperley, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. Estudió inglés en el instituto Spectrum, de Banfield, y actualmente cursa la carrera de Traductorado Público de inglés en la Universidad Nacional de Lanús. Escribe poesías y cuentos, pero también realiza talleres de teatro. En octubre del 2011 recibió un diploma por parte de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) por el tercer premio en un certamen de cuentos.


Selección de textos:


El renacer de un nuevo sol


Nuevamente aguardaba por ese atardecer que parecía nunca llegar. Hallé la mirada perdida en el crudo horizonte en tanto mis manos se acariciaban.
Temblorosa, decidí quitarle vida al tiempo. Cerré los ojos con fuerza, casi suspirando, e invité a mi amante a presenciar aquella irritable espera.
En un principio nos hundimos en un profundo silencio pero el viento me arrimó a él.
Dibujaba una amplia sonrisa en su rostro y la oscura mirada penetrante insinuaba sumergirse en las profundidades de mis pensamientos.
Dejé que me atravesara el vestido con sus manos: El tacto era certero, íntimo y preciso; ya había tajado muchos otros corazones. Su toque frío acabó en el desgaste de mi pecho: abrió lentamente la piel y arrastró las filosas yemas por la carne ansiosa, dando paso a un río de lágrimas rojas.
En el centro, el frágil órgano -una bomba hidráulica averiada hacía tanto- que inútilmente intentaba guiar esas aguas finitas.
Así, mi acompañante realizó un intercambio. Recostó mi cuerpo y lo abandonó pálido mientras utilizaba su esencia para pintar de sangrienta escarlata el firmamento, llevándose consigo otra alma en pena.




Cada noche que no sos


Vos,
el viento entrante
que canta a los huesos;
el fulgor
que observa e imita el juego
desvistiéndose frente al cristal;
las sábanas que envuelven
y adulan la piel rosada;
la almohada que mima
y arrulla
hasta que los sentidos desfallecen;
la figura imaginada;
el recuerdo emulado
cada noche que no sos




 Otoño (Las hojas)


Como en todas las niñas de su edad, por fin el color de la pradera abandonó los cuerpos frágiles. Se tornaron morenos, escarlata o amarillentos y las articulaciones, completamente ruidosas.
Escaparon de su hogar e ingresaron a la gran fiesta que aguardaba. El silbido de un gorrión retumbaba por todo el lugar y ellas bailaron entre los brazos del viento hasta dejarse caer.
A lo lejos, los rayos se escondían detrás de la barba de una de las nubes y curioseaban el alboroto.
Más tarde un niño volvió a reunirlas en una especie de montaña y reía al revivir el sonido de aquella mañana de abril con sus pies.




Rocío árido


Aquel semblante descarnado
viene y va mientras ahoga el espanto;
se entraña en las pupilas
huellas de una pradera
entre recintos de la noche rendida como piedra al vacío
(Largas pulsaciones de agonía
ensordecen, gota a gota,
a los botes que traen la lluvia)
Rocío árido;
cada respiro llevó consigo un pliegue
de esta voz deshojada,
domesticada
por el tiempo que plasmó el gesto de canario.
¡Ah! Si fuese ley me sometería en un instante
pero la mortaja es sosegada
por el extraño significado de las palabras
que, antes de que conozca mi estado verdadero,
entierran el frío en algún trozo de papel




Lucía Collado: Otoño, un pájaro.

Lucía Collado: Miedo a la oscuridad.

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