Rodrigo Conde





Nacido en Buenos Aires, es licenciado en Periodismo por la Universidad de Lomas de Zamora, cursó también Comunicación Social y se especializó en medios online luego de trabajar para diversas webs de Argentina y España, donde vivió 3 años. Como periodista ha escrito sobre economía, deporte, nutrición y hasta rock, trabajando para la revista española Mondosonoro. Como escritor publicó el poemario "II" y escribe asiduamente en su blog mientras prepara la publicación del libro “Amor, bestias y placeres". Es el creador y organizador del Ciclo Poesía & Rock.


Selección de textos:                                                           



Palabras en la arena


Me generan fascinación las ciudades, con sus cientos de kilómetros de calles, ladrillos y hierro, dispuestos sobre líneas paralelas, como se ubican las palabras sobre los renglones. Hay algo de fantástico en la idea de que dentro de esas cajas blancas enormes haya miles de vidas, mundos cargados de historia y sentimientos. Los edificios son como galaxias encerradas dentro de cajas de cartón, a las que les han hecho agujeros por los que escapa la luz.
Suelo recorrer las calles por las que solía pasear con las mujeres que amé, pero ya no están los negocios a los que solíamos ir, las casas han cambiado y han cerrado los hoteles que alguna vez destrozamos. La ciudad se deshace y rehace, como las olas en la playa. Yo mismo me deshago, como si mi existencia fuera una palabra escrita en la arena…
Poco a poco mi nombre desaparecerá y vendrá otro, totalmente diferente. No importa cuál sea ese nombre, yo no soy esas letras, soy la arena detrás de las palabras. Nada quedará de nosotros cuando suba la marea, somos arena cambiando constantemente de forma.




Vergüenza siento de mí


Vergüenza siento de mí cuando paso horas y horas encerrado entre libros, porfiando con los signos, tratando de encerrar en palabras esas cosas vivas y verdes que son las emociones. Vergüenza siento de mí, pálido de tanto ocultarme del sol, de tanto pasar las noches meditando sobre los pormenores de la existencia, filosofando como una rata en una biblioteca.
Me enorgullezco, en cambio, de haber bailado una vez como un negro, girando alrededor del fuego; de haber gritado sin vergüenza "nadie puede conmigo", entre la risa de mis amigos; de haber corrido descalzo al lado del mar, más allá de la puesta del sol. Me enorgullezco de haber bebido la sal de tu cuerpo; de amarte durante todas las horas que forman el día, cada día que pude tenerte; de llorar bajo tus piernas, de besarte las manos...
Me enorgullezco también de saber que no moriré tranquilo en mi cama, rodeado de notarios y servidumbre, moriré en la calle, en algún lugar sórdido de los suburbios, o en alguna selva o en algún desierto o en el mar, en el medio del océano, en el último de mis naufragios...




Drogas


Cuando era apenas un adolescente, en mis primeras recorridas solo por la gran ciudad, solía perderme entre la multiplicidad cuadrangular de Buenos Aires y deambulaba tratando de encontrar alguna calle, distrayéndome a cada paso con las vidrieras, las fachadas de los edificios y -sobre todo- la belleza de las mujeres. Entre el centenar de personas que atestaban las peatonales, a cada minuto surgía alguna mujer destacándose entre el resto, gracias a una mirada seductora, un cuerpo cautivante o algún que otro atractivo difícil de definir y evitar. Adoraba perderme de ese modo, entre tanta belleza azarosa, entre tanta poesía anónima, que no me pertenecía, pero que me era lícito contemplar.
Con el tiempo fui haciéndome adicto a esas caminatas de voyeur y cualquier excusa era buena para perderme en la ciudad. Primero fui descubriendo drogas sutiles: El viento con olor a río, casas antiguas y enormes, un parque con muchos niños riendo a carcajadas, una buena canción de rock, los tintes del vino al caer en una copa de cristal, el abrazo y la euforia de un gol, la risa contagiosa de los amigos, el amanecer cuando cierran los bares…  Con los años me di cuenta que la vida está llena de drogas y que yo soy un adicto incurable.
Pero como todo adicto, cada vez necesitaba dosis más fuertes, ya no me alcanzaba solamente con ver, con ser testigo de la belleza. Ya el arte, la música o la literatura no cubrían mi dosis de placer, necesitaba drogas más fuertes. Así fue como me hundí en la ciudad, en sus veredas repletas de gente, sus calles oscuras, sus bares llenos de humo, sus rincones extraños, sus hoteles, sus mujeres… La ciudad me atrapó por completo y terminé siendo un adicto a sus placeres, necesitándolos del mismo modo que un drogadicto necesita su cocaína.
Las mujeres se convirtieron, entonces, en las más preciadas e inagotables proveedoras de drogas; y yo viví, durante mucho tiempo, perdido en la ciudad, probando las drogas más intensas y hermosas. Fui feliz, creyendo que no había nada mejor y que había encontrado la fuente de la felicidad.
Pero un día, sin buscarlo, probé una droga aún más fuerte que todas las demás, más poderosa que el placer más intenso. En mi vida he probado muchas drogas, pero tengo que reconocerlo: no hay mejor droga que amar a una mujer. Una vez que pruebas lo que es amar todas las demás drogas te parecen poca cosa.
Quizá haya sido un castigo, pero desde que he probado esa droga los demás placeres ya no me sacian. Ahora ando por la ciudad enloquecido como un drogadicto en abstinencia… No sé si podré vivir sin volver a probar esa droga, lo peor es que no creo que valga la pena vivir así.




Rodrigo Conde: Una mujer.


Rodrigo Conde: II.


Rodrigo Conde: Vergüenza siento de mí.


Rodrigo Conde: Drogas.

Rodrigo Conde: Palabras en la arena.

Rodrigo Conde: Nigromantes.

Rodrigo Conde: Vergüenza siento de mí.

Rodrigo Conde: Drogas.

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