Alexandra Jamieson





Nacida en Madrid, España, de padre panameño y madre argentina, vive en Buenos Aires desde los 3 años. Graduada en Relaciones Públicas, especializada en Gestión Cultural, Patrimonio y Turismo. Escribe cuentos y relatos cortos, que ha publicado en diferentes antologías: “Esto no es un plagio” (Covers Ediciones, 2012); “Ficciones en diez tiempos” (Ediciones Andrómeda, 2011); “Lo que no salió en las fotos” (No Hay Vergüenza Ediciones, 2010); “En el fondo” (No Hay Vergüenza Ediciones, 2009); “Periódico Paréntesis” (Número 12, febrero 2010); y “Grageas 2” (Ediciones desde la gente, 2010).


Selección de relatos:



Raifutblú


Fue en el cumpleaños de Chapa que quedamos así. A mí siempre me pareció medio raro el jueguito ese pero acepté como para salir de la rutina. Cada vez que nos juntábamos terminábamos jugando al truco, al escrabel y esas cosas de mesa. El tema es que Chapa se lo compró en uno de sus viajes y todavía no lo había estrenado, siendo la cumpleañera no podíamos negarnos. Que ninguno hablara inglés no fue excusa porque ella nos iba traduciendo: “fut, pie”, “red, rojo”, “rai, derecha” y así.
En un momento me tocó raifutblú y como no veía ningún círculo azul se me ocurrió apoyarlo en la camisa de Quique, que era azulina. A Vero le pasó algo parecido pero con la mano izquierda y cuando nos tocó mover de nuevo no vimos lo que habíamos apoyado. Vero me susurró “che, no sé dónde dejé la mano y no la veo” y yo le dije que usara la otra, total nadie se iba a dar cuenta de tan enquilombados que estábamos. Leandro se quejó en voz alta de que no encontraba su pie izquierdo, que supuestamente lo había dejado en la remera verde de Vero.
Lo peor fue cuando me tocó de nuevo mover el raifutblú, no me quise dar por vencida aunque lo sentía como atrapado en algo tibio y húmedo. Ahí fue que Quique se quejó de que le estaba moviendo demasiado las vertebras y que por qué no dejaba el raifutblú quietito. Justo en ese momento a Chapa le tocó “jed, ielou”. Lo único amarillo era mi blusa. Y acá estoy, doctor, con la cabeza de Chapa adentro del estómago y el pie en la columna de Quique. A Vero no la ubicamos pero la oímos. Una preguntita, ¿usted es el traumatólogo o el cirujano?




Saltar


Vio que el tren se acercaba y saltó a las vías. Siempre había tenido miedo de que alguien la empujara adrede o de caerse involuntariamente. O voluntariamente. Ese día se había levantado especialmente enérgica y escéptica al mismo tiempo pero con ganas de experimentar sensaciones nuevas. Le daba miedo pensar que un día tendría el temple de dar ese salto que tanto la atraía. Cuando viajaba en tren, le molestaba detenerse durante horas sólo algunas estaciones después de haber subido porque alguien había logrado lo que ella no. ¿Cómo lo habría hecho? ¿Tomando impulso y carrera? ¿Blandamente, desmoronándose por el borde? Como si nada, un saltito de nada. Ver que viene el tren y saltar. Dura un segundo y está en el foso rodeada de papeles, botellas plásticas, metal. Llega a ver también el asombro de dos pasajeros cuando deja apoyados el bolso del gimnasio y la cartera en el andén, como si fuera a volver pronto para buscarlos. Vio que el tren se acercaba.




Beso


La besó como un ángel del infierno. Fue el beso más bello que recibió en una parte poco usada de su cuerpo. Se habían encontrado de casualidad, esas cosas de “te acompaño hasta allá”, “otra cuadra más”, “hola”, “hola”, “ah, se veían hoy”. Tan casual.
Pero el “hola” no fue casual. La rodeó con los brazos por los hombros y apoyó sus labios suaves sobre la mejilla. Hizo la presión justa para indicarle su amor y la succión precisa para demostrarle que no le iba a quitar su libertad. No le dejó humedad pero la pudo presentir. En los cuatro segundos del beso, el mundo paró. Cuando se separaron los torsos, su cerebro trató de recuperarse. Las imágenes se superpusieron aceleradas, se le formó un torbellino de sensaciones pasadas y presentes; amantes anteriores, amantes por venir, besos babosos y pegoteados de los nenes del kinder, besos no deseados de parientes lejanos, besosnobesos de sólo rozarse los cachetes. Revivió todos con la velocidad de un rayo. Ninguno como el de aquel ángel del infierno.



Alexandra Jamieson: Taconeando.

Alexandra Jamieson: Lo intimo.

Alexandra Jamieson: Anfibios girando.

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