Oase

Nombre artístico de Hugo Martín Ferreyra, nacido en Ezeiza en 1979, ciudad donde cursó sus estudios secundarios y donde vive actualmente. A lo largo de su vida ha realizado todo tipo de trabajos “no literarios”, pero manteniendo siempre una constante actividad cultural, principalmente ligada a Ezeiza y Esteban Echeverría. Ha participado en varios talleres literarios y encuentros de lectura, publicando numerosos fanzines en forma individual o grupal.


Selección de textos:



Relato Nº 1


En las periferias de la estación La Unión, del Lomas Athletic Club, El Trébol, del Links y de la casa de Maradona, las calles son de tierra polvorienta y cuando llueve se llenan de chocolate barrial listo para entrometerse en cualquier circunstancia y recoveco. Vendrá de aquí la palabra barrial. Barrio + barro = barrial. Se asemejan bastante y se acercan peligrosamente a lo real.

La Quiaca, Zapala, Trieste, San Rafael. Por estas calles se posan como mariposas. De las más comunes: de alas blancas salpicadas de rojo, naranjas con pintitas negras y las clásicas alas tapiz bordadas de negro con chispas rojas y blancas. Pero en verdad son casillas de chapa y madera donde todas las mañanas muy temprano, antes que salga el sol, de lunes a viernes, aunque el fin de semana también se repite la misma imagen. Mamá despidiéndose con un beso en la frente de Iran, de ocho años, y recordándole a Tirsa, de once, abrigar bien a su hermano y a la pequeña Laja de siete años.
¿Llorar? Se llora en todos lados. Así que Mamá se fue  a trabajar, llaveó la puerta y los hijos se quedaron encerrados y solos sin chistar.

La estufa eléctrica hizo cortocircuito y el machimbre reseco que cubre las paredes se convirtió en ideal para que el fuego y las llamas hicieran de la casucha la mas hermosa mariposa jamás vista, preparándose para volar, agitando las alas y crepitando entre el alboroto de los vecinos que trataban de impedir que levantase vuelo con lo primero que encontraban a la mano y que eran baldes de agua.
Dicen que el fuego purifica a los que han sido consagrados a él, pero Iran, Tirsa y Laja no tienen pecado.
Los vecinos retrasaron solo un poco lo inevitable pero suficiente para que Mauricio, uno de los pibes del grupito que se junta por las noches en la esquina, tirara a las patadas la puerta y saque a los tres hermanitos.

Para cuando llegaron al lugar los bomberos, la casilla estaba reducida a chapas  retorcidas por el calor y rescoldos humeantes. Un amanecer naranja comenzaba a vislumbrarse como posible nido de mariposas y las primeras luces trajeron silencio al barrio. Mamá, ni bien se entero, volvió para reencontrarse con sus hijos sanos y salvos, pero no pudo agradecer a Mauricio  porque era atendido en una ambulancia por sufrir quemaduras y asfixia a causa del humo. Los médicos hicieron todo lo que estaba a su alcance para reanimarlo pero no pudieron salvarlo y Mauricio murió mientras amanecía.




Leyenda sobre la segunda llegada del agua clara y fresca al arroyo Giménez


“Pescaban en el arroyo de Suárez,
en el Matanza… el agua era limpia
pero después se vino todo de golpe
y el agua se contamino toda”.
LAS VACAS VUELAN
Pág.  93.
     

En una tierra muy, muy cercana, donde no existe más ni ferrocarril, ni autos ruidosos que marchen por la Ruta 205, ni gente con zapatillas Nike y Adidas, dos jóvenes juegan en las márgenes del arroyuelo que hoy tiene nombre de apellido. ¿O es que el arroyo Giménez tiene el apellido en el nombre?

Durante el atardecer es incesante el paseo de animales que vienen a asomar por el arroyo: el hocico los que tienen hocico, pico los que tienen pico o simplemente la boca los que tienen sed, porque las aguas después de mucho tiempo han vuelto a ser claras y frescas para que beban todos los seres de esta tierra conocida. Además de refrescarse el pescuezo y las patas (y los patos, obvio), las alas, las escamas, las barrigas, algunos animales se zambullen haciendo “splash, splash”, como los dos jóvenes que se agitan y chapotean tirándose agua el uno al otro.

El Dios Padre Sol atardece sobre las ruinas del viejo terraplén ferroviario, haciendo caminar su luz por la carcasa abandonada de los vagones, y de un brinco llegar y brillar sobre el asfalto desgastado y quebradizo de una Ruta 205 semicubierta de cortaderas y otros pastizales, para desembocar en el arroyuelo convirtiéndose en una catarata anaranjada que baja del cielo y colorea todo un poco más. A esta hora lejana, casi pérdida, aparecen los dos jóvenes para jugar en secreto y a escondidas, lejos de la contaminación, porque en secreto y a escondidas se están redescubriendo como en un espejo en las aguas del arroyo que han vuelto a ser claras y limpias.       



Oase: Arroyo Giménez.


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